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ALIMENTOS

procesados y

ultraprocesados

El consumo de carnes procesadas y ultraprocesadas, como el jamón, el chorizo, las hamburguesas y las salchichas, es perjudicial para nuestro cuerpo, el planeta y los animales. Detrás de estos productos se esconde un mundo de explotación y extrema crueldad animal, que también tiene un impacto negativo en nuestra salud. 

La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha clasificado a las carnes procesadas como "carcinógenos humanos del grupo 1". 

Esto significa que existe evidencia científica suficiente para vincular su consumo con un mayor riesgo de cáncer, especialmente colorrectal. En Argentina el cáncer es la segunda causa de muerte y el colorrectal es el segundo más frecuente, con casos en aumento en los últimos años. Esta tendencia refleja la urgencia de revisar nuestros hábitos de alimentación, ya que las carnes procesadas y ultraprocesadas representan una amenaza importante para la salud. 

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El concepto de alimento procesado fue desarrollado por el científico brasileño Carlos Monteiro, quien ideó un modelo para evaluar los alimentos no solo por los nutrientes, sino también por el grado de modificación que sufren durante su elaboración.

Los alimentos procesados son aquellos a los que se les agregan aceites, sal, grasas y azúcares para mejorar su sabor y durabilidad. Algunas carnes procesadas son el jamón, la panceta, embutidos como el chorizo, el salchichón y la morcilla, y los pescados enlatados.

Estos productos son dañinos para la salud e incrementan el riesgo de desarrollar cáncer  por la presencia de compuestos químicos, como nitritos y nitratos, que se usan como conservantes y para evitar que crezcan bacterias. Además, si estas carnes se cocinan a altas temperaturas, como al freírlas o hacerlas a la parrilla, se forman nuevos compuestos dañinos, como las N-nitrosaminas, que pueden dañar nuestras células y ADN, aumentando también el riesgo de cáncer.

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Los productos ultraprocesados son “pseudoalimentos” industriales porque mantienen muy pocos nutrientes originales y contienen grandes cantidades de grasas, azúcar, sal y aditivos (colorantes, saborizantes, conservantes, entre otros).

Argentina se destaca por un alto consumo de carnes ultraprocesadas, como hamburguesas envasadas o de cadenas de comida rápida, salchichas, patitas de pollo o pescado (nuggets), patés y carnes en conserva, entre otros productos.

Estos no se elaboran con carne en su estado natural, sino con sustancias derivadas y aditivos que pueden ser dañinos para la salud al afectar las bacterias buenas del intestino, alterar las hormonas y provocar aumento de peso. Ya en 2015, la Organización Panamericana de la Salud (OPS/OMS) advirtió que el consumo de estos alimentos estaba creciendo en América Latina y que Argentina era el tercer país que más los consumía.
 

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A través de una publicidad agresiva, la industria alimentaria promueve el consumo de carnes procesadas y ultraprocesadas, con estrategias dirigidas especialmente a madres, niñas y niños. Así, se han vuelto habituales en la dieta argentina y están presentes en cumpleaños, celebraciones, reuniones familiares e, incluso, en las escuelas.

Con frecuencia, las publicidades de estos productos utilizan ilustraciones de vegetales para insinuar falsos beneficios para la salud. A través de colores llamativos, caricaturas, juguetes de regalo (como en la famosa “cajita feliz”), celebridades y promociones, las marcas los presentan como opciones atractivas para niñas, niños y adolescentes.

Según UNICEF Argentina, estas estrategias son alarmantes porque logran influir en las decisiones de compra de las familias y en el consumo frecuente de estos productos. Además, vulnera los derechos de la infancia a una salud plena y a una alimentación saludable, garantizados por la Ley Nacional 26.061.

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La producción y el consumo de carne procesada y ultraprocesada generan graves daños ambientales, aumentan el riesgo de propagación de enfermedades y se sostienen a través de la explotación animal. La ganadería intensiva, especialmente la de rumiantes como vacas, ovejas y cabras, es una de las actividades humanas más dañinas para el ambiente y una de las principales fuentes de gases de efecto invernadero (GEI) como metano, dióxido de carbono y óxido nitroso.

A esto se suma el enorme consumo de agua dulce y tierra que requiere su proceso de producción, y un impacto devastador: la deforestación. Millones de hectáreas de bosques nativos son arrasadas para abrir paso a pasturas y cultivos destinados a alimentar a las vacas entendidas como “ganado”.


Esta destrucción de ecosistemas ha puesto en riesgo a más del 30% de la flora y fauna mundial, convirtiendo a la ganadería en una de las principales amenazas para la biodiversidad del planeta.

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La ganadería también ha jugado un papel fundamental en el aumento de las enfermedades zoonóticas, aquellas que se transmiten de animales a humanos. Hoy en día, casi el 60% de estas enfermedades son causadas por patógenos (virus, bacterias y otros microorganismos) de origen animal.

La reducción de la diversidad genética de los animales, sumada a la alteración de ecosistemas para convertirlos en tierras de pastoreo, eleva el riesgo de brotes ya que facilita la proliferación de especies portadoras de patógenos y rompe el equilibrio natural de los ecosistemas.

Una de las formas más efectivas de cuidar nuestra salud y la del planeta es dejar de comer animales. La explotación animal no solo tiene un costo ético y supone la tortura de seres sintientes, sino que es una forma de crueldad que también es perjudicial para quienes la consumen.

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